sábado, 6 de enero de 2018

Moriel ya cuenta con su Shofar

El día de hoy Shabat 19 del Mes Tevet, la embajada de Moriel en Argentina adquirió un Shofar, el shofar día atrás había sido proclamado como instrumento nacional y ahora tras una inversión se ha adquirido un ejemplar de 30 cm de longitud y con un buen sonido y de origen Kosher siendo un Shofar de Carnero .
A continuación las fotos del Shofar junto con la bandera Morieli y el Manual de uso del Shofar.
Hoy es un día de Jubilo en Moriel!








viernes, 5 de enero de 2018

El mapa de la mentira palestina

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1000 palabras que deberíamos saber sobre el Mapa de la Mentira Palestina
Ante todo es importante crear la duda sobre la veracidad/falsedad del Mapa de la Mentira palestina. Hay que reconocer que se trata de un mapa simple y supuestamente claro… pero la realidad del medio oriente es extremadamente compleja. Cuando una mentira es repetida muchas veces… hay desinformados que lo creen como cierto. “Hablar es un medio para alcanzar los objetivos. Si un objetivo loable es alcanzable a través de ambos diciendo la verdad y la mentira, es ilegal mentir porque no hay necesidad de ello, es permisible mentir si la consecución de la meta lo requiere (Al-Taaqya)”. Así lo explica el Imam Abu Hammid Ghazali, uno de los más aceptados líderes islamistas. Si tienen que mentir para alcanzar el objetivo de demonizar y destruir a Israel entonces esas lacras lo harán. El “Mapa de la Mentira Palestino” supone que la gente es inculta o malentencionada… o que odia a los judíos-Israel y, por lo tanto, no se van a tomar el trabajo de verificar si lo que está detallado allí basa en la realidad. El mapa es simple pero falso y su efectividad se basa simplemente en la predisposición anterior del individuo a aceptar tal mentira. Hablemos del primer mapa: No existía ningún “Estado Palestino” en 1947. El Mapa de la Mentira miente ya que el terreno mostrado era parte del Imperio Británico. ¡Que se quejen los ingleses! Más aún, ni siquiera los árabes que vivían allí se presentaban como “palestinos”. Ellos eran simplemente árabes y habían emigrado hacia allí hacía poco. “Sí” existía una zona denominada “Palestina”, un nombre usado por los romanos, por decisión de Adriano, desde el año 139 para de-judaizar el territorio tras las revueltas en contra de los romanos. Ni los Mamelucos ni los Otomanos usaban el término Palestina que fue reutilizado por los Británicos desde 1917. La Palestina Británica incluía también lo que hoy conocemos como Jordania por lo que el mapa debería comenzar, como poco, desde 1922 cuando los británicos partieron el territorio en beneficio árabe (les dieron el 76.5% del territorio de Palestina para un reino que se conocerá como Jordania). ¿Por qué no muestran eso? Porque es el Mapa de la Mentira. Analicemos el segundo Mapa de la Mentira palestina: El Mandato Británico sobre Palestina se extendía a lo largo de casi 120.000 km2. En 1922, de forma arbitraria, Gran Bretaña partió Palestina para formar el reino de Jordania que se quedó el 76.5% del territorio. Así se formó un primer estado árabe en “Palestina”. Luego, en 1947, la ONU parte nuevamente Palestina en dos estados, uno de ellos para los judíos, que recibieron el 55% del territorio de lo que quedaba del mandato. Los judíos recibieron  12.925 km2 de 120.000 km2, es decir, 10.77%. Los árabes recibieron casi el 90% de “Palestina”. El problema nunca fue la justicia de la partición de Palestina. Los portavoces árabes no se quejaron en 1948 del 55%-45% de la partición de lo que quedaba de Palestina. La meta del liderazgo árabe era solamente evitar el establecimiento de un estado judío en cualquier parte de Palestina y también desalojar a los judíos de su hogar histórico para tener un país “libre de judíos”. Los líderes judíos, en cambio, estaban dispuestos a hacer dolorosas concesiones a fin de fundar un hogar judío en aquellas zonas en donde eran mayoría y por eso aceptaron la partición de Palestina. Los árabes quería destruir, no querían construir. Hablemos ahora del tercer Mapa de la Mentira palestina: La resolución para dividir Palestina nunca fue suspendida o rescindida. Por consiguiente, Israel, el estado judío en el Mandato de Palestina, nació el 14/5/1948, al tiempo que los británicos abandonaban el país. El estado árabe no se creo por decisión árabe. Seis ejércitos árabes (Egipto, Siria, Jordania, Líbano e Irak) inmediatamente invadieron Israel. Sus intenciones fueron declaradas por Azzam Pashá, Secretario General de la Liga Árabe: “Esta será una guerra de exterminio y de grandes masacres, de la cual se hablará como de las masacres mongolas y de las cruzadas”. Los árabes deseaban otro Holocausto judío, guerra de exterminio, pero no lo consiguieron. El área verde demarcado en el Mapa de la Mentira como “Palestina”, corresponde en realidad a Jordania (Cisjordania) y Egipto (Franja de Gaza). Como resultado de la Guerra, estas zonas fueron ocupadas ilegalmente por estos países, y durante todo el período (1949-1967) ningún palestino reclamó la ocupación. Los únicos países que reconocieron la anexión jordana de Cisjordania fueron Inglaterra y Pakistán. Adicionalmente no existían asentamientos y de todos modos seguían los ataques terroristas contra civiles israelíes. En este mapa se repite la norma… NO había un estado palestino y la mayoría de las tierras no eran propiedad de árabes palestinos. Cabe destacar el hecho que la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) se creó en 1964, año en el cual la Franja de Gaza y Judea y Samaria se encontraban bajo dominio egipcio y jordano respectivamente. Si tú atacas a un estado, como hicieron los árabes en 1948, puedes perder territorio como ocurrió en dicha guerra. No solamente que fueron derrotados, sino que también ahora mienten para maquillar esa misma humillación. El cuarto Mapa de la Mentira son los territorios que efectivamente están siendo controlados por Hamás (Franja de Gaza) y la Autoridad Palestina (Judea y Samaria). Muestra POR PRIMERA VEZ el control territorial palestino legal en la tierra de Israel o la así llamada por los romanos “Palestina”. Este mapa muestra los acuerdos palestino-israelí de Oslo B (1995). Los Palestinos tienen control de la zona A y B que representan el 40% de todos el territorio de Cisjordania. El mapa agrega la zona de Gaza, que es dominada por Hamás tras expulsar a la Autoridad Palestina. Actualmente, el 95% de los palestinos viven en zona A, B o Gaza… ¿Dónde corchos entonces ves el gobierno judíos sobre los palestinos? El territorio C de Cisjordania (60%) se mantiene en manos de Israel, hasta que se arribe a un acuerdo de paz, tras un reconocimiento palestino del Estado de  Israel.

miércoles, 3 de enero de 2018

El Shofar en la Tanaj

El shofar o cuerno de carnero siempre ha ocupado un lugar prominente en la historia del pueblo de Dios en la Biblia:
La Torá fue entregada al pueblo de Israel acompañada del sonido del shofar (Éxodo 19:19)
Israel venció en la batalla de Jericó con el toque de shofar
(Josué 6:20)
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La venida del Mesías será anunciada a Israel con el sonido del shofar
(Zacarías 9:14,16)
El shofar se tocará cuando regresen los exiliados de Israel a su tierra
(Isaías 27:13)
El shofar sonaba para convocar a los israelitas durante la guerra
(Jueces 3:27; 2 Samuel 20:1)
El atalaya que estaba sobre los muros de Jerusalén tocó el shofar
 (Ezequiel 33:3-6)
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El shofar suena al inicio del año del Jubileo   (Levítico 25:9)
El shofar es un recordatorio de la soberanía de Dios       (Salmo 47:5)
El cuerno del carnero, el shofar, es un recordatorio del sacrificio de Isaac llevado a cabo por Abraham y de la provisión que Dios hizo de un carnero como substituto (Génesis 22:13)
El shofar se toca para anunciar el inicio de las fiestas                           (Números 10:10)
El shofar se toca para celebrar la luna nueva, Rosh HaShanah                 (Salmo 81:1-3)
El sonido del shofar sirve como señal para el llamado al arrepentimiento
(Isaías 58:1)
El sonido del shofar marca el día del Señor (Joel 2:1)
El sonido del shofar sonará para el rapto de los creyentes y la resurrección de los muertos    (1 Tesalonicenses 4:16)
Juan fue llevado al Cielo en el libro de Apocalipsis con el sonido del shofar  (Apocalipsis 4:1)
Siete shofarim se tocarán cuando Dios juzgue la tierra durante la tribulación (Apocalipsis 8-9)
El shofar se usaba en la coronación de los reyes                                               (1 Reyes 1:34,39)
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EL SONIDO DEL SHOFAR
En Rosh HaShaná es obligación escuchar el sonido del Shofar. El Shofar, es un instrumento que surge de la naturaleza (cuerno de carnero) a diferencia de la trompeta que es creación humana. La trompeta, en la Torá, cumple la función de llamar (a Dios o a los demás seres humanos) cuando el que lo hace es el ser humano. El Shofar se suena, cuando Quien llama es Dios mismo)
El sonido del Shofar se debe asemejar al de un llanto (Ievavá). Es entonces Dios Quien “llora” por el ser humano que es quien sigue perdido, zigzagueando por el mundo en búsqueda de significado olvidándolo a Él. Cuando bendecimos antes de cumplir con el precepto del Shofar, decimos “lishmoa” = escuchar, o, mejor dicho, entender el “kol” = la voz, o el significado del Shofar (Cuerno en hebreo sería “keren”, pero sólo se puede observar la ley con el cuerno del carnero que se denomina “shofar”, relacionado con la palabra “lesheper” = mejorar o corregir). Comprender entonces, Quién me llama y qué es lo que espera de mí, es escuchar la “voz”.
Los sonidos del Shofar son “Tekiá” (fijo) un sonido largo y fijo, y “Shevarim” o “Truá” (rotura) o ambos juntos, y nuevamente una “Tekiá”. Estos mismos sonidos eran los que se emitía en el desierto cuando se avisaba al pueblo que el campamento de Israel seguía su viaje. La Tekiá convoca a un lugar, la Teruá habla de desmontar y la última Tekiá habla del nuevo lugar al cual se traslada. En Rosh HaShaná, Dios nos convoca a desmontar nuestros vicios y prejuicios, recordar y analizar, liberarnos de lo que no corresponde y volver a encaminarnos acorde a Su ley. Las partes de la Amidá de Musaf (el rezo) hacen alusión a lo mismo. “Maljuiot” (asumir la monarquía de Dios) Quien nos convoca, “Zijronot” (memorias) de lo que fue la vida hasta el momento y “Shofarot” el sonido del Shofar que libera del sometimiento del pasado, para volver a comenzar una nueva vida. (Así como el Shofar cumplía el objetivo de liberar a los esclavos y los campos vendidos en Iom Kipur del Yovel que ocurría cada cincuenta años).

Instrumento Nacional

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En el día de hoy Yom Revii 16 de Tevet del año 5778 se ha decidido aprobar por decreto presidencial que el instrumento nacional de la República Capitalista Popular de Moriel sea el Shofar de carnero. Este importante instrumento en la liturgia hebrea ahora también tendrá parte en Moriel donde siempre se ha hablado de la importancia y el significado del Shofar. El Shofar es un instrumento musical está fabricado con el cuerno de un animal puro, limpio (kosher), como el carnero, cabra, antílope o gacela (no de vaca ni de toro, éste representa a baal). Se utiliza en varias fiestas solemnes religiosas judías, así como en algunos servicios religiosos cristianos.Este instrumento de viento es uno de los más antiguos conocidos por el hombre, usado por los hebreos desde hace más de 3000 años. Se fabrica vaciando el interior de los cuernos de ciertos animales, prefiriéndose los que más curvatura posean.
La presencia del Shofar en Moriel representara un gran avance cultural en la nación y ya se a aprobado la compra de parte del Gobierno Nacional para adquirir Shofares que serán muy utilizados en el País y se publicaran imágenes y vídeos de los mismos.


lunes, 1 de enero de 2018

"El Gran Inquisidor"

Desde el Ministerio de Cultura quisiéramos compartir y empezar el año con buena literatura como loes este capitulo del libro "Los Hermanos Karamazov" esperamos que lo disfruten.

Fiodor Dostoyevski

Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: “No tardaré en volver. El día y la hora, nadie, ni el propio Hijo, las sabe”. Tales fueron sus palabras al desparecer, y la Humanidad le espera siempre con la misma fe, o acaso con fe más ardiente aún que hace quince siglos. Pero el Diablo no duerme; la duda comienza a corromper a la Humanidad, a deslizarse en la tradición de los milagros. En el Norte de Germania ha nacido una herejía terrible que, precisamente, niega los milagros. Los fieles, sin embargo, creen con más fe en ellos. Se espera a Cristo, se quiere sufrir y morir como Él… Y he aquí que la Humanidad ha rogado tanto por espacio de tantos siglos, ha gritado tanto “¡Señor, dignáos, aparecérosnos!”, que Él ha querido, en su misericordia inagotable, bajar a la tierra.
Y he aquí que ha querido mostrarse, al menos un instante, a la multitud desgraciada, al pueblo sumido en el pecado, pero que le ama con amor de niño. El lugar de la acción es Sevilla; la época, la de la Inquisición, la de los cotidianos soberbios autos de fe, de terribles heresiarcas, ad majorem Dei gloriam.
No se trata de la venida prometida para la consumación de los siglos, de la aparición súbita de Cristo en todo el brillo de su gloria y su divinidad, “como un relámpago que brilla del Ocaso al Oriente”. No, hoy sólo ha querido hacerles a sus hijos una visita, y ha escogido el lugar y la hora en que llamean las hogueras. Ha vuelto a tomar la forma humana que revistió, hace quince siglos, por espacio de treinta años.
Aparece entre las cenizas de las hogueras, donde la víspera, el cardenal gran inquisidor, en presencia del rey, los magnates, los caballeros, los altos dignatarios de la Iglesia, las más encantadoras damas de la corte, el pueblo en masa, quemó a cien herejes. Cristo avanza hacia la multitud, callado, modesto, sin tratar de llamar la atención, pero todos le reconocen.
El pueblo, impelido por un irresistible impulso, se agolpa a su paso y le sigue. Él, lento, una sonrisa de piedad en los labios, continúa avanzando. El amor abrasa su alma; de sus ojos fluyen la Luz, la Ciencia, la Fuerza, en rayos ardientes, que inflaman de amor a los hombres. Él les tiende los brazos, les bendice. De Él, de sus ropas, emana una virtud curativa. Un viejo, ciego de nacimiento, sale a su encuentro y grita: “¡Señor, cúrame para que pueda verte!” Una escama se desprende de sus ojos, y ve. El pueblo derrama lágrimas de alegría y besa la tierra que Él pisa. Los niños tiran flores a sus pies y cantan Hosanna, y el pueblo exclama: “¡Es Él! ¡Tiene que ser Él! ¡No puede ser otro que Él!”
Cristo se detiene en el atrio de la catedral. Se oyen lamentos; unos jóvenes llevan en hombros a un pequeño ataúd blanco, abierto, en el que reposa, sobre flores, el cuerpo de una niña de diecisiete años, hija de un personaje de la ciudad.
-¡Él resucitará a tu hija! -le grita el pueblo a la desconsolada madre.
El sacerdote que ha salido a recibir el ataúd mira, con asombro, al desconocido y frunce el ceño.
Pero la madre profiere:
-¡Si eres Tú, resucita a mi hija!
Y se posterna ante Él. Se detiene el cortejo, los jóvenes dejan el ataúd sobre las losas. Él lo contempla, compasivo, y de nuevo pronuncia el Talipha kumi (Levántate, muchacha).
La muerta se incorpora, abre los ojos, se sonríe, mira sorprendida en torno suyo, sin soltar el ramo de rosas blancas que su madre había colocado entre sus manos. El pueblo, lleno de estupor, clama, llora.
En el mismo momento en que se detiene el cortejo, aparece en la plaza el cardenal gran inquisidor. Es un viejo de noventa años, alto, erguido, de una ascética delgadez. En sus ojos hundidos fulgura una llama que los años no han apagado. Ahora no luce los aparatosos ropajes de la víspera; el magnífico traje con que asistió a la cremación de los enemigos de la Iglesia ha sido reemplazado por un tosco hábito de fraile.
Sus siniestros colaboradores y los esbirros del Santo Oficio le siguen a respetuosa distancia. El cortejo fúnebre detenido, la muchedumbre agolpada ante la catedral le inquietan, y espía desde lejos. Lo ve todo: el ataúd a los pies del desconocido, la resurrección de la muerta… Sus espesas cejas blancas se fruncen, se aviva, fatídico, el brillo de sus ojos.
-¡Prendedle! -les ordena a sus esbirros, señalando a Cristo.
Y es tal su poder, tal la medrosa sumisión del pueblo ante él, que la multitud se aparta, al punto, silenciosa, y los esbirros prenden a Cristo y se lo llevan. Como un solo hombre, el pueblo se inclina al paso del anciano y recibe su bendición.
Los esbirros conducen al preso a la cárcel del Santo Oficio y le encierran en una angosta y oscura celda.
Muere el día, y una noche de luna, una noche española, cálida y olorosa a limoneros y laureles, le sucede.
De pronto, en las tinieblas, se abre la férrea puerta del calabozo y penetra el gran inquisidor en persona solo, alumbrándose con una linterna. La puerta se cierra tras él. El anciano se detiene a pocos pasos de umbral y, sin hablar palabra, contempla, durante cerca de dos minutos, al preso. Luego, avanza lentamente, deja la linterna sobre la mesa y pregunta:
-¿Eres Tú, en efecto?
Pero, sin esperar la respuesta, prosigue:
-No hables, calla. ¿Qué podrías decirme? Demasiado lo sé. No tienes derecho a añadir ni una sola palabra a lo que ya dijiste. ¿Por qué has venido a molestarnos?… Bien sabes que tu venida es inoportuna. Mas yo te aseguro que mañana mismo… No quiero saber si eres Él o sólo su apariencia; sea quien seas, mañana te condenaré; perecerás en la hoguera como el peor de los herejes. Verás cómo ese mismo pueblo que esta tarde te besaba los pies, se apresura, a una señal mía, a echar leña al fuego. Quizá nada de esto te sorprenda…
Y el anciano, mudo y pensativo, sigue mirando al preso, acechando la expresión de su rostro, serena y suave.
-El Espíritu terrible e inteligente -añade, tras una larga pausa-, el Espíritu de la negación y de la nada, te habló en el desierto, y la Escrituras atestiguan que te “tentó”. No puede concebirse nada más profundo que lo que se te dijo e aquellas tres preguntas o, para emplear el lenguaje de la Escritura, en aquellas tres “tentaciones”. ¡Si ha habido algún milagro auténtico, evidente, ha sido el de las tres tentaciones! ¡El hecho de que tales preguntas hayan podido brotar de unos labios, es ya, por sí solo, un milagro! Supongamos que hubieran sido borradas del libro, que hubiera que inventarlas, que forjárselas de nuevo. Supongamos que, con ese objeto, se reuniesen todos los sabios de la tierra, los hombres de Estado, los príncipes de la Iglesia, los filósofos, los poetas, y que se les dijese: “Inventad tres preguntas que no sólo correspondan a la grandeza del momento, sino que contengan, en su triple interrogación, toda la historia de la Humanidad futura”, ¿crees que esa asamblea de todas las grandes inteligencias terrestres podría forjarse algo tan alto, tan formidable como las tres preguntas del inteligente y poderoso Espíritu? Esas tres preguntas, por sí solas, demuestran que quien te habló aquel día no era un espíritu humano, contingente, sino el Espíritu Eterno, Absoluto. Toda la historia ulterior de la Humanidad está predicha y condensada en ellas; son las tres formas en que se concretan todas las contradicciones de la historia de nuestra especie. Esto, entonces, aún no era evidente, el porvenir era aún desconocido; pero han pasado quince siglos y vemos que todo estaba previsto en la Triple Interrogación, que es nuestra historia.¿Quién tenía razón, di? ¿Tú o quien te interrogó?…
Si no el texto, el sentido de la primera pregunta es el siguiente: “Quieres presentarte al mundo con las manos vacías, anunciándoles a los hombres una libertad que su tontería y su maldad naturales no les permiten comprender, una liberad espantosa, ¡pues para el hombre y para la sociedad no ha habido nunca nada tan espantoso como la libertad!, cuando, si convirtieses en panes todas esas piedras peladas esparcidas ante tu vista, verías a la Humanidad correr, en pos de ti, como un rebaño, agradecida, sumisa, temerosa tan sólo de que tu mano depusiera su ademán taumatúrgico y los panes se tornasen piedras.” Pero tú no quisiste privar al hombre de su libertad y repeliste la tentación; te horrorizaba la idea de comprar con panes la obediencia de la Humanidad, y contestaste que “no sólo de pan vive el hombre”, sin saber que el espíritu de la tierra, reclamando el pan de la tierra, había de alzarse contra ti, combatirte y vencerte, y que todos le seguirían, gritando: “¡Nos ha dado el fuego del cielo!” Pasarán siglos y la Humanidad proclamará, por boca de sus sabios, que no hay crímenes y, por consiguiente, no hay pecado; que sólo hay hambrientos. “Dales pan si quieres que sean virtuosos.” Esa será la divisa de los que se alzarán contra ti, el lema que inscribirán en su bandera; y tu templo será derribado y, en su lugar, se erigirá una nueva Torre de Babel, no más firme que la primera, el esfuerzo de cuya erección y mil años de sufrimientos podías haberles ahorrado a los hombres. Pues volverán a nosotros, al cabo de mil años de trabajo y dolor, y nos buscarán en los subterráneos, en las catacumbas donde estaremos escondidos -huyendo aún de la persecución, del martirio-, para gritarnos: “¡Pan! ¡Los que nos habían prometido el fuego del cielo no nos lo han dado!” Y nosotros acabaremos su Babel, dándoles pan, lo único de que tendrán necesidad. Y se lo daremos en tu nombre. Sabemos mentir. Sin nosotros, se morirían de hambre. Su ciencia no les mantendría. Mientras gocen de libertad les faltará el pan; pero acabarán por poner su libertad a nuestros pies, clamando: “¡Cadenas y pan!” Comprenderán que la libertad no es compatible con una justa repartición del pan terrestre entre todos los hombres, dado que nunca -¡nunca!- sabrán repartírselo. Se convencerán también de que son indignos de la libertad; débiles, viciosos, necios, indómitos. Tú les prometiste el pan del cielo. ¿Crees que puede ofrecerse ese pan, en vez del de la tierra, siendo la raza humana lo vil, lo incorregiblemente vil que es? Con tu pan del cielo podrás atraer y seducir a miles de almas, a docenas de miles, pero ¿y los millones y las decenas de millones no bastante fuertes para preferir el pan del cielo al pan de la tierra? ¿Acaso eres tan sólo el Dios de los grandes? Los demás, esos granos de arena del mar; los demás, que son débiles, pero que te aman, ¿no son a tus ojos sino viles instrumentos en manos de los grandes?… Nosotros amamos a esos pobres seres, que acabarán, a pesar de su condición viciosa y rebelde, por dejarse dominar. Nos admirarán, seremos sus dioses, una vez sobre nuestros hombros la carga de su libertad, una vez que hayamos aceptado el cetro que -¡tanto será el miedo que la libertad acabará por inspirarles!- nos ofrecerán. Y reinaremos en tu nombre, sin dejarte acercar a nosotros. Esta impostura, esta necesaria mentira, constituirá nuestra cruz.
Como ves, la primera de la tres preguntas encerraba el secreto del mundo. ¡Y tú la desdeñaste! Ponías la libertad por encima de todo, cuando, si hubieras consentido en tornar panes las piedras del desierto, hubieras satisfecho el eterno y unánime deseo de la Humanidad; le hubieras dado un amo. El más vivo afán del hombre libre es encontrar un ser ante quien inclinarse. Pero quiere inclinarse ante una fuerza incontestable, que pueda reunir a todos los hombres en una comunión de respeto; quiere que el objeto de su culto lo sea de un culto universal; quiere una religión común. Y esa necesidad de la comunidad en la adoración es, desde el principio de los siglos, el mayor tormento individual y colectivo del género humano. Por realizar esa quimera, los hombres se exterminan. Cada pueblo se ha creado un dios y le ha dicho a su vecino: “¡Adora a mi dios o te mato!” Y así ocurrirá hasta el fin del mundo; los dioses podrán desaparecer de la tierra, mas la Humanidad hará de nuevo por los ídolos lo que ha hecho por los dioses. Tú no ignorabas ese secreto fundamental de la naturaleza humana y, no obstante, rechazaste la única bandera que te hubiera asegurado la sumisión de todos los hombres: la bandera del pan terrestre; la rechazaste en nombre del pan celestial y de la libertad, y en nombre de la libertad seguiste obrando hasta tu muerte. No hay, te repito, un afán más vivo en el hombre que encontrar en quien delegar la libertad de que nace dotada tan miserable criatura. Sin embargo, para obtener la ofrenda de la libertad de los hombres, hay que darles la paz de la conciencia. El hombre se hubiera inclinado ante ti si le hubieras dado pan, porque el pan es una cosa incontestable; pero si, al mismo tiempo, otro se hubiera adueñado de la conciencia humana, el hombre hubiera dejado tu pan para seguirle. En eso, tenías razón; el secreto de la existencia humana consiste en la razón, en el motivo de la vida. Si el hombre no acierta a explicarse por qué debe vivir preferirá morir a continuar esta existencia sin objeto conocido, aunque disponga de una inmensa provisión de pan. Pero ¿de qué te sirvió el conocer esa verdad? En vez de coartar la libertad humana, le quitaste diques, olvidando, sin duda, que a la libertad de elegir entre el bien y el mal el hombre prefiere la paz, aunque sea la de la muerte. Nada tan caro para el hombre como el libre albedrío, y nada, también, que le haga sufrir tanto. Y, en vez de formar tu doctrina de principios sólidos que pudieran pacificar definitivamente la conciencia humana, la formaste de cuanto hay de extraordinario, vago, conjetural, de cuanto traspasa los límites de las fuerzas del hombre, a quien, ¡tú que diste la vida por él!, diríase que no amabas. Al quitarle diques a su libertad, introdujiste en el alma humana nuevos elementos de dolor. Querías ser amado con un libre amor, libremente seguido. Abolida la dura ley antigua, el hombre debía, sin trabas, sin más guía que tu ejemplo, elegir entre el bien y el mal. ¿No se te alcanzaba que acabarías por desacatar incluso tu ejemplo y tu verdad, abrumado bajo la terrible carga de la libre elección, y que gritaría: “Si Él hubiera poseído la verdad, no hubiera dejado a sus hijos sumidos en una perplejidad tan horrible, envueltos en tales tinieblas?” Tú mismo preparaste tu ruina: no culpes a nadie. Si hubieras escuchado lo que se te proponía… Hay sobre la tierra tres únicas fuerzas capaces de someter para siempre la conciencia de esos seres débiles e indómitos -haciéndoles felices-: el milagro, el misterio y la autoridad. Y tú no quisiste valerte de ninguna. El Espíritu terrible te llevó a la almena del templo y te dijo: “¿Quieres saber si eres el Hijo de Dios? Déjate caer abajo, porque escrito está que los ángeles tomarte han en las manos.” Tú rechazaste la proposición, no te dejaste caer. Demostraste con ello el sublime orgullo de un dios; ¡pero los hombres, esos seres débiles, impotentes, no son dioses! Sabías que, sólo con intentar precipitarte, hubieras perdido la fe en tu Padre, y el gran Tentador hubiera visto, regocijadísimo, estrellarse tu cuerpo en la tierra que habías venido a salvar. Mas, dime, ¿hay muchos seres semejantes a ti? ¿Pudiste pensar un solo instante que los hombres serían capaces de comprender tu resistencia a aquella tentación? La naturaleza humana no es bastante fuerte para prescindir del milagro y contentarse con la libre elección del corazón, en esos instantes terribles en que las preguntas vitales exigen una respuesta. Sabías que tu heroico silencio sería perpetuado en los libros y resonaría en lo más remoto de los tiempos, en los más apartados rincones del mundo. Y esperabas que el hombre te imitaría y prescindiría de los milagros, como un dios, siendo así que, en su necesidad de milagros, los inventa y se inclina ante los prodigios de los magos y los encantamientos de los hechiceros, aunque sea hereje o ateo.
Cuando te dijeron, por mofa: “¡Baja de la cruz y creeremos en ti!”, no bajaste. Entonces, tampoco quisiste someter al hombre con el milagro, porque lo que deseabas de él era una creencia libre, no violentada por el prestigio de lo maravilloso; un amor espontáneo, no los transportes serviles de un esclavo aterrorizado. En esta ocasión, como en todas, obraste inspirándote en una idea del hombre demasiado elevada: ¡es esclavo, aunque haya sido creado rebelde! Han pasado quince siglos: ve y juzga. ¿A quién has elevado hasta ti? El hombre, créeme, es más débil y más vil de lo que tú pensabas. ¿Puede, acaso, hacer lo que tú hiciste? Le estimas demasiado y sientes por él demasiado poca piedad; le has exigido demasiado, tú que le amas más que a ti mismo. Debías estimarle menos y exigirle menos. Es débil y cobarde. El que hoy se subleve en todas partes contra nuestra autoridad y se enorgullezca de ello, no significa nada. Sus bravatas son hijas de una vanidad de escolar. Los hombres son siempre unos chiquillos: se sublevan contra el profesor y le echan del aula; pero la revuelta tendrá un término y les costará cara a los revoltosos. No importa que derriben templos y ensangrienten la tierra: tarde o temprano, comprenderán la inutilidad de una rebelión que no son capaces de sostener. Verterán estúpidas lágrimas; pero, al cabo, comprenderán que el que les ha creado rebeldes les ha hecho objeto de una burla y lo gritarán, desesperados. Y esta blasfemia acrecerá su miseria, pues la naturaleza humana, demasiado mezquina para soportar la blasfemia, se encarga ella misma de castigarla.
La inquietud, la duda, la desgracia: he aquí el lote de los hombres por quienes diste tu sangre. Tu profeta dice que, en su visión simbólica, vio a todos los partícipes de la primera resurrección y que eran doce mil por cada generación. Su número no es corto, si se considera que supone una naturaleza más que humana el llevar tu cruz, el vivir largos años en el desierto, alimentándose de raíces y langostas; y puedes, en verdad, enorgullecerte de esos hijos de la libertad, del libre amor, estar satisfecho del voluntario y magnífico sacrificio de sí mismos, hecho en tu nombre. Pero no olvides que se trata sólo de algunos miles y, más que de hombres, de dioses. ¿Y el resto de la Humanidad? ¿Qué culpa tienen los demás, los débiles humanos, de no poseer la fuerza sobrenatural de los fuertes? ¿Qué culpa tiene el alma feble de no poder soportar el peso de algunos dones terribles? ¿Acaso viniste tan sólo por los elegidos? Si es así, lo importante no es la libertad ni el amor, sino el misterio, el impenetrable misterio. Y nosotros tenemos derecho a predicarles a los hombres que deben someterse a él sin razonar, aun contra los dictados de su conciencia. Y eso es lo que hemos hecho. Hemos corregido tu obra; la hemos basado en el “milagro”, el “misterio” y la “autoridad”. Y los hombres se han congratulado de verse de nuevo conducidos como un rebaño y libres, por fin, del don funesto que tantos sufrimientos les ha causado. Di, ¿hemos hecho bien? ¿Se nos puede acusar de no amar a la Humanidad? ¿No somos nosotros los únicos que tenemos conciencia de su flaqueza; nosotros que, en atención a su fragilidad, la hemos autorizado hasta para pecar, con tal de que nos pida permiso? ¿Por qué callas? ¿Por qué te limitas a mirarme con tus dulces y penetrantes ojos? ¡No te amo y no quiero tu amor; prefiero tu cólera! ¿Y para qué ocultarte nada? Sé a quién le hablo. Conoces lo que voy a decirte, lo leo en tus ojos… Quizá quieras oír precisamente de mi boca nuestro secreto. Oye, pues: no estamos contigo, estamos con Él…; nuestro secreto es ése. Hace mucho tiempo -¡ocho siglos!- que no estamos contigo, sino con Él. Hace ocho siglos que recibimos de Él el don que tú, cuando te tentó por tercera vez mostrándote todos los reinos de la tierra, rechazaste indignado; nosotros aceptamos y, dueños de Roma y la espada de César, nos declaramos los amos del mundo. Sin embargo, nuestra conquista no ha acabado aún, está todavía en su etapa inicial, falta mucho para verla concluida; la tierra ha de sufrir aún durante mucho tiempo; pero nosotros conseguiremos nuestro objeto, seremos el César y, entonces, nos preocuparemos de la felicidad universal. Tú también pudiste haber tomado la espada de César; ¿por qué rechazaste tal don? Aceptándole, hubieras satisfecho todos los anhelos de los hombres sobre la tierra, les hubieras dado un amo, un depositario de su conciencia y, a la vez, un ser en torno a quien unirse, formando un inmenso hormiguero, ya que la necesidad de la unión universal es otro de los tres supremos tormentos de la Humanidad. La Humanidad siempre ha tendido a la unidad mundial. Cuanto más grandes y gloriosos, más sienten los pueblos ese anhelo. Los grandes conquistadores, los Tamerlán, los Gengis Kan que recorren la tierra como un huracán devastador, obedecen, de un modo inconsciente, a esa necesidad. Tomando la púrpura de César, hubieras fundado el imperio universal, que hubiera sido la paz del mundo. Pues, ¿quién debe reinar sobre los hombres sino el que es dueño de sus conciencias y tiene su pan en las manos?
Tomamos la espada de César y, al hacerlo, rompimos contigo y nos unimos a Él. Aún habrá siglos de libertinaje intelectual, de pedantería y de antropofagia -los hombres, luego de erigir, sin nosotros, su Torre de Babel, se entregarán a la antropofagia-; pero la bestia acabará por arrastrarse hasta nuestros pies, los lamerá y los regará con lágrimas de sangre. Y nosotros nos sentaremos sobre la bestia y levantaremos una copa en la que se leerá la palabra “Misterio”. Y entonces, sólo entonces, empezará para los hombres el reinado de la paz y de la dicha. Tú te enorgullecerás de tus elegidos, pero son una minoria: nosotros les daremos el reposo y la calma a todos. Y aun de esa minoría, aun de entre esos “fuertes” llamados a ser de los elegidos, ¡cuántos han acabado y acabarán por cansarse de esperar, cuántos han empleado y emplearán contra ti las fuerzas de su espíritu y el ardor de su corazón en uso de la libertad de que te son deudores! Nosotros les daremos a todos la felicidad, concluiremos con las revueltas y matanzas originadas por la libertad. Les convenceremos de que no serán verdaderamente libres, sino cuando nos hayan confiado su libertad. ¿Mentiremos? ¡No! Y bien sabrán ellos que no les engañamos, cansados de las dudas y de los terrores que la libertad lleva consigo. La independencia, el libre pensamiento y la ciencia llegarán a sumirles en tales tinieblas, a espantarlos con tales prodigios y exigencias, que los menos suaves y dóciles se suicidarán; otros, también indóciles, pero débiles y violentos, se asesinarán, y otros -los más-, rebaño de cobardes y de miserables, gritarán a nuestros pies: “¡Sí, tenéis razón! Sólo vosotros poseéis su secreto y volvemos a vosotros! ¡Salvadnos de nosotros mismos!”
No se les ocultará que el pan -obtenido con su propio trabajo, sin milagro alguno- que reciben de nosotros se lo tomamos antes nosotros a ellos para repartírselo, y que no convertimos las piedras en panes. Pero, en verdad, más que el pan en sí, lo que les satisfará es que nosotros se lo demos. Pues verán que, si no convertimos las piedras en panes, tampoco los panes se convierten, vuelto el hombre a nosotros, en piedras. ¡Comprenderán, al cabo, el valor de la sumisión! Y mientras no lo comprendan, padecerán. ¿Quién, dime, quién ha puesto más de su parte para que dejen de padecer? ¿Quién ha dividido el rebaño y le ha dispersado por extraviados andurriales? Las ovejas se reunirán de nuevo, el rebaño volverá a la obediencia y ya nada le dividirá ni lo dispersará. Nosotros, entonces, les daremos a los hombres una felicidad en armonía con su débil naturaleza, una felicidad compuesta de pan y humildad. Sí, les predicaremos la humildad -no, como Tú, el orgullo. Les probaremos que son débiles niños, pero que la felicidad de los niños tiene particulares encantos. Se tornarán tímidos, no nos perderán nunca de vista y se estrecharán contra nosotros como polluelos que buscan el abrigo del ala materna. Nos temerán y nos admirarán. Les enorgullecerá el pensar la energía y el genio que habremos necesitado para domar a tanto rebelde. Les asustará nuestra cólera, y sus ojos, como los de los niños y los de las mujeres, serán fuentes de lágrimas. ¡Pero con qué facilidad, a un gesto nuestro, pasarán del llanto a la risa, a la suave alegría de los niños! Les obligaremos, ¿qué duda cabe?, a trabajar; pero los organizaremos, para sus horas de ocio, una vida semejante a los juegos de los niños, mezcla de canciones, coros inocentes y danzas. Hasta les permitiremos pecar -¡su naturaleza es tan flaca! Y, como les permitiremos pecar, nos amarán con un amor sencillo, infantil. Les diremos que todo pecado cometido con nuestro permiso será perdonado, y lo haremos por amor, pues, de sus pecados, el castigo será para nosotros y el placer para ellos. Y nos adorarán como a bienhechores. Nos lo dirán todo y, según su grado de obediencia, les permitiremos o les prohibiremos vivir con sus mujeres o sus amantes y les consentiremos o no les consentiremos tener hijos. Y nos obedecerán, muy contentos. Nos someterán los más penosos secretos de su conciencia, y nosotros decidiremos en todo y por todo; y ellos acatarán, alegres, nuestras sentencias, pues les ahorrarán el cruel trabajo de elegir y de determinarse libremente.
Todos los millones de seres humanos serán así felices, salvo unos cien mil, salvo nosotros, los depositarios del secreto. Porque nosotros seremos desgraciados. Los felices se contarán por miles de millones, y habrá cien mil mártires del conocimiento, exclusivo y maldito, del bien y del mal. Morirán en paz. pronunciando tu nombre, y, más allá de la tumba, sólo verán la oscuridad de la muerte. Sin embargo, nos lo callaremos; embaucaremos a los hombres, por su bien, con la promesa de una eterna recompensa en el cielo, a sabiendas de que, si hay otro mundo, no ha sido, de seguro, creado para ellos. Se vaticina que volverás, rodeado de tus elegidos, y que vencerás; tus héroes sólo podrán envanecerse de haberse salvado a sí mismos, mientras que nosotros habremos salvado al mundo entero. Se dice que la fornicadora, sentada sobre la bestia y con la “copa del misterio” en las manos, será afrentada y que los débiles se sublevarán por vez postrera, desgarrarán su púrpura y desnudarán su cuerpo impuro. Pero yo me levantaré entonces y te mostraré los miles de millones de seres felices que no han conocido el pecado. Y nosotros que, por su bien, habremos asumido el peso de sus culpas, nos alzaremos ante ti, diciendo: “¡Júzganos, si puedes y te atreves!” No te temo. Yo también he estado en el desierto; yo también me he alimentado de langostas y raíces; yo también he bendecido la libertad que les diste a los hombres y he soñado con ser del número de los fuertes. Pero he renunciado a ese sueño, he renunciado a tu locura para sumarme al grupo de los que corrigen tu obra. He dejado a los orgullosos para acudir en socorro de los humildes. Lo que te digo se realizará; nuestro imperio será un hecho. Y te repito que mañana, a una señal mía, verás a un rebaño sumiso echar leña a la hoguera donde te haré morir, por haber venido a perturbarnos. ¿Quién más digno que Tú de la hoguera? Mañana te quemaré. Dixi.
El inquisidor calla. Espera unos instantes la respuesta del preso. Aquel silencio le turba. El preso le ha oído, sin dejar de mirarle a los ojos, con una mirada fija y dulce, decidido evidentemente a no contestar nada. El anciano hubiera querido oír de sus labios una palabra, aunque hubiera sido la más amarga, la más terrible. Y he aquí que el preso se le acerca en silencio y da un beso en sus labios exangües de nonagenario. ¡A eso se reduce su respuesta! El anciano se estremece, sus labios tiemblan; se dirige a la puerta, la abre y dice:
-¡Vete y no vuelvas nunca…, nunca!
Y le deja salir a las tinieblas de la ciudad. El preso se aleja.

Un Año Por delante

Hoy comienza un nuevo año y ya comienza a correr los 365 días los cuales deben ser utilizados con inteligencia y Sabiduría, Moriel tuvo un año 2017 con altos y bajos pero hemos obtenido muchísimos logros aun así hay mucho por hacer  y todo debe realizarse para la gloria de nuestra Patria.
La Patria hoy nos necesita, necesita una Victoria mas, un año entero de victorias y éxitos, la patria necesita patriotas que estén dispuestos a dar todo por ella para exaltarla y llevarla a la cima. La Patria, Hoy tenemos Patria y pase lo que pase en cualquier circunstancia seguiremos teniendo Patria, Patria Gloriosa y para siempre, patria perpetua y para todos los Morielies, la Patria que merecemos y la Patria que tendremos. Hoy mas que nunca trabajemos por la patria y para seguir adelante.
    Dios Bendiga a la Patria Morieli!! A trabajar con todo este año!

GRAN TRABAJO

MORIEL EXPRES a verificado los trabajos que se estan realizando en el armado del cohete moriel 1 llevado a cabo por el ministerio de cienc...